El 6 de junio de 1822 paseaba el joven Alexis Saint Martin cerca del lago Hurón (EEUU) cuando recibió un disparo fortuito, que le atravesó las costillas, el estómago y los pulmones y le provocó un orificio por el que se “le salía el desayuno”, en palabras de William Beaumont, el cirujano militar que le atendió.
Alimentándolo a través de la fístula, el insigne médico no tardó en darse cuenta de que la herida era una ventana maravillosa para el estudio de los mecanismos de la digestión, por lo que retuvo al desafortunado joven como criado, en unas condiciones que hoy serían inaceptables. Un contrato de conejillo de Indias por el que Alexis se sometería a cientos de experimentos, algunos dolorosos, para demostrar que la digestión es un proceso químico.
Murió en 1880, con las heridas aún abiertas, tanto en el cuerpo, como en su dignidad. Su familia, enojada con la clase médica, mantuvo su cadáver lejos de las depredadoras manos de la Ciencia. Por desgracia, pero con razón. (Los otros, en el blog Herpes simplex, de CJBL)
Más detalles en Ventanas del cuerpo, en el blog Fogonazos.
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